Exodus 32:7-14; Psalm 106; John 5:31-47
Worshiping a golden calf may seem antiquated to us, but do we recognize the many forms of idol worship we practice today? God commands us to rest on Sunday, to worship him alone, to spend time in his glorious presence and with our families.
Yet only 20 percent of Catholics go to Mass on Sunday, while sports stadiums overflow with “worshipers,” and shopping malls teem with those whose hearts are set on finding the shiniest objects, the finest clothes, and the newest electronics. These are truly the golden calves we worship today.
Like the Ten Commandments, Lent is a mirror we can use to examine ourselves. The mirror does not lie. It helps us see clearly where we have blemishes or imperfections. No mirror can cleanse us, however. Its purpose is to drive us to the water so we can be cleansed of whatever detracts from our natural, God-given loveliness.
Every form of idol worship enslaves us and disorders our passions. God’s wrath is a purifying fire. Let us go to God, smashing to the ground our false idols and returning again to the one true God, who gives us freedom and life.
Father Francis Mulvaney, C.Ss.R.
Philadelphia
Éxodo 32:7-14; Salmo 106; Juan 5:31-47
Adorar a un becerro de oro puede parecernos extraño y anticuado, pero ¿reconocemos las muchas formas de adoración de ídolos en la actualidad? Dios nos manda a descansar el domingo, para adorarlo, pasar tiempo en su gloriosa presencia y con nuestras familias. Sin embargo, solo el 20 ciento de los católicos van a Misa los domingos, mientras que los estadios deportivos se llenan de “adoradores” y centros comerciales se llenan de aquellos cuyo corazón está dedicado a encontrar los objetos más brillantes, la ropa más fina, la electrónica más nueva. Estos son realmente los becerros de oro que adoramos hoy.
Al igual que los diez mandamientos, la Cuaresma es un espejo que usamos para examinarnos. El espejo no miente. Un espejo nos ayuda a ver claramente dónde tenemos imperfecciones o manchas. Sin embargo, ningún espejo puede limpiar. Su propósito es llevarnos al agua donde limpiarnos de lo que distrae de nuestra belleza natural, que es dada por Dios. Toda forma de adoración de ídolos nos esclaviza y desorienta nuestra pasión. La ira de Dios es un fuego purificador. Vayamos a Dios, destrozando nuestros falsos ídolos y volviendo nuevamente al único Dios verdadero, que nos da libertad y vida.
Padre Francis Mulvaney, C.Ss.R.
Philadelphia