Exodus 17:3-7; Psalm 95; Romans 5:1-2, 5-8; John 4:5-42
The Gospel of the woman at the well is a wonderful drama of sin and forgiveness. Before her encounter with Jesus, she felt dead inside. That’s what sin does to us. But Jesus had promised her living water. She received forgiveness.
This hope exists for us too. We have the hope that despite our sins, God’s compassion and mercy have restored us to life with him. His forgiveness is infinitely more powerful than our guilt.
Some people are so full of guilt that they have a difficult time just setting foot in church. Foremost among these are people who have been involved in abortion—either having one or persuading someone else to have one.
If you know anyone suffering from having had or having been involved in an abortion, remember: the Lord did not want that lady by the well hurting. Nor does he want us hurting, no matter what we have done. Our hope is in the Lord. And this hope does not disappoint.
Father Robert Harrison, C.Ss.R.
Philadelphia
Éxodo 17:3-7; Salmo 95; Romanos 5:1-2, 5-8; Juan 4:5-42
El Evangelio de la mujer del pozo es un maravilloso drama de pecado y perdón. Antes de su encuentro con Jesús, se sentía muerta por dentro. Eso es lo que nos hace el pecado. Pero Jesús le prometió agua limpia. Recibió el perdón.
Esta esperanza también la tenemos nosotros. Tenemos la esperanza de que, a pesar de nuestros pecados, la compasión y la misericordia de Dios nos devuelvan a la vida junto a él. Su perdón es infinitamente más poderoso que nuestra culpa.
Algunas personas están tan llenas de culpa que les resulta difícil incluso poner un pie en la iglesia. Entre ellas se encuentran las personas que han estado implicadas en un aborto—o bien por haber tenido uno o bien por haber convencido a alguien para que lo tuviera.
Si conocéis a alguien que sufre por haber tenido o haber estado implicado en un aborto, recordad: el Señor no quería que la mujer del pozo sufriera. Ni quiere que nosotros suframos, sin importar lo que hayamos hecho. Nuestra esperanza está en el Señor. Y esa esperanza no defrauda.
Padre Robert Harrison, C.Ss.R.
Philadelphia