Genesis 12:1-4; Psalm 33; 2 Timothy 1:8-10; Matthew 17:1-9
The Transfiguration
Today we hear Matthew’s account of Our Lord’s transfiguration, when Peter, James, and John were given a bird’s-eye view of God’s purposes and plans. Jesus was revealed as the fulfillment of all God had done on earth. Everything pointed to the glory of God that was destined to be shared with all who placed their faith in Jesus and listened to him.
The three disciples who saw the glorified Lord were given a vision meant to strengthen them for the difficult days ahead, when Jesus would undergo his passion. They were able to see and hear how God the Father was thoroughly in control of all that would happen to Jesus and to them.
On the last day we too will be raised from the dead. We will live forever with the Lord in an embrace so close that his divine nature will transform every part of who we are.
Even now, in this season of Lent, we have a foretaste of that future glory. In our own prayer we can fix our eyes on Jesus and know his touch. At Mass our hearts can be filled with the glory of the risen life that is ours in Christ.
In our prayer today, we can ask Jesus to reveal himself more deeply to us. We can ask that we never lose sight of his glory, no matter how much the darkness presses in on us, and that we may live in his presence forever. May his hope banish all our fears and anxieties.
Father Gerard H. Chylko, C.Ss.R.
Philadelphia
Génesis 12:1-4; Salmo 33; 2 Timoteo 1:8-10; Mateo 17:1-9
Hoy escuchamos el relato de Mateo sobre la transfiguración de nuestro Señor, cuando a Pedro, Santiago y Juan se les ofreció una visión de los propósitos y los planes de Dios. Jesús se reveló como la culminación de todo lo que Dios había hecho en la tierra. Todo apuntaba a la gloria de Dios, que estaba destinada a ser compartida con todos aquellos que depositaran su fe en Jesús y lo escucharan.
A los tres discípulos que vieron al glorioso Señor se les ofreció una visión destinada a fortalecerlos para los días difíciles que se avecinaban, cuando Jesús sufriera su pasión. Fueron capaces de ver y oír cómo Dios Padre tenía un completo control de todo lo que le sucedería a Jesús y a ellos.
El último día, nosotros también resucitaremos. Viviremos para siempre con el Señor en un abrazo tan cercano que esta divina naturaleza transformará cada parte de quienes somos.
Incluso ahora, en esta época de Cuaresma, tenemos un anticipo de esa futura gloria. En nuestra propia oración, podemos fijar nuestros ojos en Jesús y sentir su mano. En la misa, nuestros corazones pueden llenarse con la gloria de la vida resucitada que está con nosotros en Cristo.
En nuestra oración de hoy, podemos pedir a Jesús que se revele más claramente ante nosotros. Podemos pedir que nunca perdamos de vista su gloria, sin importar cuánto nos presione la oscuridad, y que vivamos en su presencia para siempre. Que su esperanza destierre todos nuestros miedos y ansiedades.
Padre Gerard H. Chylko, C.Ss.R.
Philadelphia